23 de diciembre de 2008

MI ARBOL DE NAVIDAD


A los 12 años, cansadas de los adornos tradicionales le propusimos a mi madre cambiarlos, queríamos renovar todo el árbol y eso suponía mucho dinero, aquí dio comienzo una tradición que dura más de 40 años.
Cansadas del espumillón y las bolas de colores que siempre se rompían, nos lanzamos con un poco de dinero a la calle. Recuerdo que recorrimos tienda tras tienda y mi hermana siempre decía "espera igual en la siguiente hay algo más bonito". Total que nos dieron las diez y las once y sin comprar nada.





Me lancé y ese primer año nos llenamos de manzanitas y fresas, que eran baratas. Nuestro poder adquisitivo no llegaba para los sofisticados adornos que venían de Londres y París. El árbol tenia además piruletas, algodón y regalos hechos con cajas de cerillas, por detrás estaba vacío y eso que no media más de un metro, pero era lo que había.
Al año siguiente lo llenamos de lazos de papel y compramos algún adorno, esta vez un poco más caro e innovador, año tras año fuimos avanzando. Cada Navidad descubro algunas piezas ya viejas y remachadas y con una sonrisa recuerdo aquella primera.
El éxtasis llego cuando mi madre compró en la feria ADORNOS DE NAVIDAD, guau, no se puede explicar con palabras... no podía creer tantos y tantos adornos y muchos de ellos ingleses o franceses: la cara de Papa Noel, una bota de paja, la bola…


Unas vacaciones en Londres mi hermana y yo descubrimos que la Navidad empezaba en septiembre, en un famoso Gran Almacén. Toda una planta servía de escaparate a miles y miles de adornos, a miles y miles de luces. En casi todos los viajes he comprado algún adorno: San Andrés, Delhi o Perú.


Con el paso de los años, aquel abeto que comprábamos por cinco mil pesetas en una lonja y que nunca quedaba derecho, siempre despelucado y cuyas ramas se caían con el peso de los adornos, me fue pareciendo cada vez más y más horroroso. Decidí que había que comprar uno artificial, uno simétrico, cuyas ramas eran todas iguales y donde los adornos no las vencían. No me bastaba uno normal, quería el más grande. Volvimos a casa con uno de dos metros y medio, todavía me río cuando recuerdo que las ramas de abajo las teníamos que doblar hacia arriba. Mi madre se desesperaba y mi sobrina de un año comenzó a andar. Lo poníamos en Noviembre y lo quitábamos en Marzo.


Ahora sigo teniendo el mismo árbol y todos los años compro un par de adornos. Mi Árbol de Navidad se ha convertido en algo muy, muy especial. Ahora además de mis adornos, mis cuñados y mis primos cuando van de viaje siempre se acuerdan de él y le traen algún regalo.














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